En el Museo del Prado se expone un busto de Antinoo en el que se le representa como un joven de pelo ondulado, labios carnosos, facciones redondeadas, y con aire de pubertad. En otras representaciones tiene el pelo más largo y despeinado y esto le da un aire más natural y desenfadado, pero en todas ellas aparece como un inalcanzable dios de la belleza. La escultura clásica tiene una clara tendencia a la idealización, aunque, en este caso, se dice que responde a los verdaderos rasgos del joven personaje que murió ahogado en el Nilo.

La idealización de las imágenes es una característica central de la escultura clásica y responde a la definición que diferentes filósofos hacen de la belleza. Por citar alguna de las bases de la estética clásica destacan los sofistas, quienes la definen como aquello que se inspira en la naturaleza y produce placer por medio del oído y de la vista; Sócrates, quien añade el concepto de belleza espiritual; Platón, con su visión sobre la belleza que abarca lo físico pero también lo moral; y más tarde Pseudo-Longinos, introduce también el término sublime, que nos habla de la capacidad del arte de desbordarnos.

Cuando el arte sigue los cánones de la estética clásica las obras son extremadamente bellas y armónicas, tan realistas pero irreales a la vez que estremecen. En ocasiones la belleza llega a ser nociva porque nos hiere, nos intimida y nos merma. Hay quien ha perdido el sentido del tiempo, la perspectiva de realidad o incluso el conocimiento. Algunas personas se han mareado, desorientado y aturdido en presencia de tanta belleza. Por eso a veces conviene poner distancia, separarnos con una pantalla que nos aísle de esa belleza abrumadora, un filtro que nos haga más llevadera la observación. Hoy día vemos en las redes sociales esa obsesión por perseguir este canon de belleza, donde se juega con los filtros con el objetivo de parecer otra persona, queriendo embellecer su imagen, tener mayor aceptación social y pertenecer al grupo, sólo que finalmente lo que logran estos filtros “embellecedores” es convertirnos en una más, hacernos grises y desaparecer.

La estrategia de mediar entre la obra y el espectador, es la que utiliza Gonzalo Nicuesa en #Stendhal, donde el filtro toma diferentes formas: puede ser una trama en otro color que se superpone a una serigrafía; puede ser la incorporación de la imagen de un cartel a un grabado; unos trazos de bolígrafo; la misma imagen impresa en tinta de risografía fluorescente; o la estampación de un fotograbado sobre una página de un libro antiguo sobre la “ Vida Sexual” en los años 50.

Esta capa entre la obra y el espectador, matiza la relación y evita síncopes y arrebatos. El efecto que genera en la obra gráfica resulta algo irreverente y evoca aquellos estilos considerados tradicionalmente como parodia de la catarsis que genera el arte verdadero, el arte o cultura Pop o el Kitsch, que se han asociado a la reproductibilidad y la pérdida del arte único.

Sin embargo, es necesario atender aquello que desvía nuestra mirada de la fascinación que ejerce la belleza absoluta. Apartarnos del conocimiento hegemónico y buscar alternativas. Este ejercicio ayuda a desmontar el discurso único del arte culto y de la Historia del arte. Ese filtro nos ayuda a ser algo más libres, a ser sujetos pensantes, críticos y a no dejarnos embelesar por la promesa de felicidad que nos hace la belleza. En cierta manera, nos ayuda a no terminar como Narciso, a quien la ninfa Némesis castigo por su engreimiento a mirar su reflejo en el agua, hasta que cayó y murió ahogado para finalmente convertirse en una hermosa flor.

Oskia Ugarte Abarzuza, Historiadora del Arte y Directora del Centro Huarte de Arte Contemporáneo